Ay! Pero que ganitas tenía de sentarme de nuevo, a escribir una receta en exclusiva para el blog. Y es que desde que me senté con la receta del Maskool, no he vuelto a encontrar el momento de pararme tranquilamente a escribir un texto y una receta sólo para aquí.
¡Y puedes creerme que lo hecho de menos! Pero en esta temporada un poquito apretada de trabajo y objetivos que me he marcado, y que traerán sorpresas veraniegas que espero que te encanten, he tenido que enfocarme y soltar algunas cosas, precisamente para poder respirar y nutrirme de ese tiempo aligerado que tanto añoraba para mi.
Lo cierto es que los últimos meses han sido muy, pero que muy movidos, removidos más bien, diría yo, o mejor dicho, retadores. Muy muy retadores. Es como si se hubiese desatado un torbellino interno, dentro de mi, que ha puesto patas arriba mi percepción de todo. Ahora, que al fin siento que ha pasado la tormenta (a pesar de que me queda trabajo por hacer) veo que estoy dejando atrás los que han sido los 8 peores meses de mis últimos años. Si, mucho peores incluso que cuando mi hermano estaba enfermo y lo pasamos tan tan mal en mi familia.
Pero claro, ¿cómo vas a tener espacio para preocuparte por ti cuando alguien tan querido está lidiando entre la vida y la muerte? En esas situaciones uno tiende de manera natural a olvidarse de todo y a aparcar cualquier tema pendiente, para equilibrar energías e imagino poder tirar adelante tal y como la situación requiere.
Y claro está. Cuando todo pasa, luego llega el vacío. Y con el vacío todas las carencias, traumas, debilidades y cosas que han sido aparcadas y que uno tiene por resolver. Y eso es lo que ahora entiendo que me ha sucedido a mi.
Pero créeme cuando te digo que no me quejo de nada. Oh, no! Todo lo contrario. Soy de las que celebran cada oportunidad de crecimiento, por durísimas que sean. Y ahora que puedo mirar con un poquito más de perspectiva atrás, veo que en esta temporada, me está tocando crecer a pasos de gigante.
En fin, quizás es un texto un poquito críptico, no lo se, sea como sea, pronto publicaré otro, en el que espero explicarme mejor.
¿Y que necesidad tengo de explicar que pasa por mi cabeza, que me inquieta, que siento?
Pues es que a mi me importa, y mucho, expresarme, comunicarme y acercarme a vosotras con toda mi realidad, pues desconozco que es lo que puedo transmitir a través de la pantalla. Me considero una persona muy alegre por naturaleza, don que heredé de mi querídisima abuela materna, pero quiero que sepáis que no siempre estoy arriba. No tengo una vida de anuncio en la que todo, absolutamente todo es idílico, no, ¡para nada! Como la gran mayoría de las personas hay asuntos internos con los que tengo que lidiar. Tengo algunos miedos, tengo algunas inseguridades, tengo viejos fantasmas… vaya, nada fuera de lo normal. Pero nada me gusta más que ser consciente, observarme, tratar de entenderme y progresar.
Una manera un tanto extraña de introducir unas galletas que nada de nada tienen que ver con lo que acabo de escribir.
O bueno, quizás si. Porque un dulce, siempre lo arregla todo (al menos momentáneamente), un dulce siempre es bienvenido. Y estas galletitas, que enseñé en un taller reciente son como recibir un abrazo. Aquí donde las ves, todos sus ingredientes son suaves, amables, mimosos. Estas galletas tienen el don de hacerte feliz, feliz porque al si decides hacerlas es que has escogido cuidarte, a ti, a tu familia o a quién las quieras ofrecer y no hay satisfacción más agradable que la de saber que uno se cuida y cuida a su entorno todo el tiempo, incluso cuando es tiempo de darse un capricho ¿verdad?.
Verás que están hechas con harina de chufa. Es una harina que estoy probando y me está gustando mucho, de salud viva. No tiene gluten, se digiere muy bien, es más ¡ayuda a digerir otros alimentos! E igual que la avena, tiene un efecto relajante. Además sienta muy ligera. Puedes leer más de sus fantásticas propiedades, directamente en la web de Salud Viva, te dejo el link directo aquí.
Por supuesto puedes hacer las galletas con otro tipo de harina, puedes hacer una mezcla de de avena con las almendras o de trigo sarraceno germinado.
Tan sólo tienes que tener en mente que al no estar cocinadas, debes utilizar una harina que no necesite cocción, por eso cualquier fruto seco servirá o el trigo sarraceno germinado (ya que está predigerido) o los copos de avena molidos (pues ya han sido cocinados para poder convertirse en copo).
Con estas galletas también introduzco un endulzante nuevo en mi blog y que también vende Salud Viva. El sirope de yacón. Se trata de un endulzante maravilloso, pues es el que tiene el índice glucémico más bajito (tan sólo de 1) así que es tolerado perfectamente por diabéticos. Es un poco caro y para hacer recetas que requieran mucho endulzante no lo recomiendo, pero en estas galletas, merece la pena. Tiene un sabor suave, nada marcado, que combina maravillosamente bien con todo.
Si buscas una galletitas ligeras y deliciosas con las que acompañar las tardes, pruébalas, que estas son ideales.
GALLETAS CON MERMELADA DE FRAMBUESA Y CHÍA
Cantidad: unas 6 – 8 galletas (depende del tamaño)
Tiempo: 20 minutos elaboración + 30 min congelación
Utensilios: —-
Ingredientes galletas:
1 T de harina de chufa de Salud Viva (o sarraceno germinado o avena sin gluten)
½ T de harina de almendra blanca
3 C de sirope de yacón de Salud Viva o agave crudo
2 C de aceite de coco derretido
¼ c de esencia de vainilla líquida
ralladura de un limón
Ingredientes mermelada:
1 T – 100 g de frambuesas frescas o congeladas
1 C de sirope de arce
1 C + 2 c de semillas chía
¼ c de vainilla en polvo o líquida
Cobertura de chocolate:
125 g de manteca de cacao cruda
75 g – ¾ T de cacao en polvo crudo
75 g – ¼ T de agave crudo o sirope de arce
¼ c de vainilla en polvo
una pizca de sal
Preparación:
1. Descongela las frambuesas si son congeladas y tritura en un bol chiquitito con la ayuda de un tenedor. Mezcla con las semillas chía y el sirope. Deja reposar al menos 20 minutos para que la chía suelte el mucílago y gelifique y así tengas una mermelada un poco espesa.
2. Mezcla los ingredientes secos de las galletas en un bol.
3. Añade el sirope y el aceite de coco derretido. Mezcla muy bien. Debe quedar una masa que sea moldeable (como la plastilina o el barro). Si no es así, añade un poquito más de aceite de coco derretido.
4. Forma una bola y ponla entre dos hojas antiadherentes (yo utilizo las de teflex de la deshidratadora, pero unas de silicona o papel antiadherente servirá). Extiende con un rodillo en un grosor de unos 4mm. Corta las galletas hasta terminar la masa. (Tendrás que recoger la masa, formar la de nuevo una bola y volver a estirar unas cuantas veces).
5. Enfría las galletas en el congelador un mínimo de 20 minutos. Pasado ese rato, puedes hacer un agujero en la mitad de las galletas, si es que las quieres hacer como las de la foto (yo utilizo una boquilla de manga pastelera). Y untar la mermelada en las que no tienen agujero y luego poner la tapa del agujero.
O si lo prefieres, puedes dejarlas sin agujero y cubrirlas con chocolate ¡Otra versión deliciosa y que me encanta! (en ese caso a mi me gusta ponerles una cobertura de chocolate a la mitad de la galleta, igual que algunas pastas de te).
Si te decides por recubrirlas de chocolate, lo mejor es que una vez montadas, las dejes en el congelador otros 20 minutos, así estarán bien frías y la cobertura se endurecerá rápidamente.
6. Si vas a cubrirlas de chocolate, pon a derretir al baño maría suave, la manteca con el resto de ingredientes, mezcla muy bien, cuando esté listo, espera a que espese un poco el chocolate desecho y recubre las galletas. Colócalas sobre un papel antiadherente.
Estas son unas galletas blanditas, así que a mi me gusta guardarlas en el congelador hasta que las voy a comer. De esta manera aguantan todo el tiempo que desees.
Cuando las vayas a comer sólo las tienes que sacar unos 10 o 15 minutos antes o si lo prefieres, dejarlas en la nevera horas antes.
Si no las guardas en el congelador, consérvalas en la nevera unos 5 días.
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